MARLEN SCHACHINGER
Mario Kamov, escritor, ha basado su exitosa carrera en una farsa: un plagio. Para continuar camuflando su oscilante e inestable talento, sus frecuentes crisis creativas, acepta una plaza universitaria como profesor de Poetología. Con ello pretende mostrar al mundo que es un autor de peso, un escritor que conoce el oficio. Pero uno de sus estudiantes es el hijo de la autora que ha sido alevosamente robada...
Marlen Schachinger nos presenta con esta novela un trepidante relato sobre la escritura, sobre las vanidades del escritor y sobre los niveles de degradación a que puede llegar un literato cuando sólo persigue la fama, el reconocimiento social, cuando el arte no es sino adorno y medio para conseguir el éxito.
Marlen Schachinger (Braunau am Inn, 1970), es autora de casi una decena de novelas y libros de relatos, y ha sido galardona, por una de sus obras, con el Premio Lise Meitner. Es, asismismo, fundadora y profesora del Institut für Narrative Kunst de Viena.
El fragmento que leerán a continuación lo publicamos con la amable autorización de la editorial Otto Müller, y ha sido tomado de: Schachinger, Marlen, denn ihre werke folgen ihnen nach, Salzburgo, Otto Müller Verlag 2013, pp. 7-10
José Aníbal Campos
Marlen Schachinger
…y sus obras los
siguen…
I
Abrí el periódico.
Entre las noticias culturales, destacado y enmarcado en negro, este pie de
foto:
«Ningún tribunal del
mundo podría declararme culpable, pero yo soy el responsable de la muerte de
Lucas H.».
II
No, no tengo lo que se
dice un problema de escritura. Lo que padezco es una mera desorientación
momentánea que se está extendiendo algo más de lo habitual, una breve fase de
falta de inspiración, ya que llamarlo de otro modo significaría abrir las puertas
al destino, a la fatalidad. Creo en el poder de las palabras; creo que pueden
invocar estados que más tarde habrán de presentarse forzosamente, y sí, podría
decirse que soy supersticioso, pues conozco bien esa práctica de los actores de
escupir tres veces por encima del hombro.
Estoy buscando un tema
que pueda elaborar, abro y cierro páginas de Internet, miro cuadros, fotos,
dibujos, pero no encuentro nada que me motive. Tal vez esté buscando, desde
hace días, tras la pista equivocada, porque, ¿acaso puede que no me baste ya ningún
mero estímulo visual? Me paso, pues, a los cómics, que al menos tienen textos
breves, y, como si estuviera revisando galeradas, murmullo los bocadillos en la
soledad de la habitación. Eventualmente sería posible empatar tres o cuatro de
ellos y crear así una historia muy breve. ¿Por qué no? Sólo que para llenar
doscientas cincuenta páginas necesitaría entre setecientos cincuenta y mil
setecientos cincuenta cómics, un valor medio, digamos, de mil doscientos
cincuenta. Así que, posiblemente, pueda aprovecharse un tercio del texto de
varias formas sin que a nadie le llame la atención, ¿no? Valdría la pena
intentarlo. Podría llamársele un «tejido intertextual».
Otro cómic: en éste se
ve a tres obispos de pie, con sus barrigas infladas, babeándose, llenos de
lujuria, delante de un ordenador. Que no sea una página porno la que les
parpadea delante, sino el modelo de una confesión online, no me causa risa: «¡Pobre
del que no rece obedientemente su rosario de penitencia, pues será arrasado por
infernales virus informáticos!» ¿Dónde está el chiste de eso? ¿O es que estoy
demasiado huraño como para reaccionar del modo adecuado? ¿Quién se reiría de
algo así? Además, ¿acaso hay de verdad confesiones por Internet?
Tecleo la palabra en el
buscador. ¿Quién da la bendición en esta forma de confesarse y cómo? ¿Nos llega
la bendición a través del modem? Purificación del alma lograda a base de
verbalizar un estado de ánimo que no puede cumplirse, porque apenas dicho ya
forma parte del pasado: sé que tengo un bloqueo que me impide escribir, pero
prefiero llamarlo de otro modo, y esa falsificación de la verdad es sospechosa,
pero me ofrece protección, etcétera, etcétera. ¿Va uno a sentirse mejor
después? ¿Quién me dice que tenga que culparla de mi falta de inspiración? Podría
inventarme algo apropiado sobre los Diez Mandamientos, robar, mentir, codiciar,
a fin de cuentas me arrepiento de mi superstición y de todas sus consecuencias,
y la bendición que recibiría tendría que ser demasiado universal…
Aquí dice que es
decisión de Dios dar lo que da y cuándo lo da, que uno solo puede rogar por
ello.
Anotar en lugar de leer
en voz alta… ¿Acaso Freud, hoy en día, se contentaría con el correo electrónico
para tratar las almas atormentada de sus pacientes? ¿Encierra ello una historia
que yo pudiera desarrollar?
Un ángel pasa volando
por la página; su aspecto es bastante kitsch y, por si fuera poco, se oye un retumbar
de campanas, como si el tiempo se hubiese detenido desde hace siglos. En una
novela, la editorial me marcaría este pasaje, críticamente, como un «cliché».
Podría probar a ver qué
sucede cuando alguien se confiesa de este modo. A fin de cuentas, no tengo otra
cosa que hacer. Contarles una historia, a ellos o a él, a un lector solitario,
eso no puede ser tan difícil.
Miro fijamente el campo
en el que hay que añadir el mensaje. El blanco rectángulo me mira con reproche.
La superficie destinada a añadir la confesión es pequeña. Todo lo que yo
tendría que escribir iría desapareciendo de inmediato en la parte superior.
Algo tranquilizador. Podría mentir, presentarme como un asesino, un violador,
una mujer que ha abortado varias veces. Pero eso implicaría trabajo, tendría
que crearle al retrato del personaje un trasfondo biográfico, atribuirle a él o
a ella un entorno determinado, y luego, a partir de todo, desarrollar una
historia posible; o no, una trama a lo largo de
situaciones verdaderas representaría un menor dispendio de trabajo; no
algo «aproximadamente cierto» o «en correspondencia con los hechos», porque,
¿qué es la verdad?
Jamás habría inventado
la historia de un hijo, porque, en ese caso, al describir la figura de la
madre, se me cruzaría en el camino la mía propia. Tampoco podría concebir un
relato sobre un hermano, porque en ese caso es posible que en él –al principio
de manera imperceptible— apareciese mi hermana, y buen día se habría convertido
en realidad todo lo que yo había imaginado.
¡Puede que sea superstición! Pero estoy convencido de que las palabras
poseen una fuerza profética, que los acontecimientos se pueden invocar por
medio de la palabra.
Y ésa es, sin duda, la
fuente de este bloqueo para escribir que tanto me atormenta: me niego a tratar
esto o aquello como tema posible. Imaginaos: escribo sobre un hermano que
confiesa que él, a su hermana, la ha… No, ni siquiera me atrevo a pensarlo. Hay
una fuerza profética en las palabras, insisto en ello, y jamás podría
perdonarme que mi hermana saliera dañada por mi culpa.
Podría empezar con
Markus y con Darian, podría contar acerca de aquella época en que éramos tan
jóvenes...
Excelente, Aníbal, ya esas primeras líneas motivan. Y estoy seguro que a más de uno le sirve el sayo aquí descrito. Ojalá tenga éxito el libro en otros idiomas. Me llamó la atención el sitio de nacimiento de la autora. Terrible...
ResponderEliminarOrestes Sandoval